por Karla Salazar Sánchez
Contexto de la evaluación
El caribe costarricense se caracteriza por un verde exuberante, hermosas playas y gente de gran corazón. Pero, lamentablemente, también sobresale por su alta incidencia en distintos tipos de cáncer. Esto motivó a las Juntas de Salud (instancias locales que velan por la correcta administración de los servicios de salud) de la región a proponer una evaluación sobre los servicios de atención y prevención del cáncer, dado que en ese momento había una convocatoria liderada por el Ministerio de Planificación y Economía de Costa Rica (MIDEPLAN) y el programa FOCEVAL de la cooperación alemana para apoyar el fortalecimiento en capacidades en evaluación.
Fue así como en julio del 2016 y hasta febrero del 2017 se puso en marcha, en un pueblo rural del caribe llamado “Valle de la Estrella”, una evaluación con altísimas aspiraciones de participación ciudadana. Es decir, no se trataba de hacer consultas ni de pedir opiniones a distintos actores, lo que se pretendía era dar herramientas de evaluación a las personas de dichas Juntas para que fueran a valorar los servicios en torno al cáncer. Su rol era el protagónico, su papel era el de evaluadoras y evaluadores.
Al grupo de evaluación se sumaron siete personas de diferentes zonas del Caribe, que se destacaban por su trayectoria en participación comunitaria y alto compromiso con las comunidades mediante el trabajo voluntario. También había un equipo técnico apoyando el proceso, el cual estuvo conformado por un evaluador principal, una facilitadora local, representantes de FOCEVAL, de MIDEPLAN y de la Defensoría de los Habitantes. De esta manera, el trabajo era diseñado y ejecutado por el equipo de evaluación, mientras que el equipo técnico colaboraba con asesoramiento metodológico y con un acompañamiento cercano a cada una de las actividades que se realizaban en campo.
Principales aprendizajes
La experiencia nos dejó muchísimos aprendizajes, era quizás una de las primeras ocasiones en que se delegaba una evaluación de un servicio público a un grupo de líderes y lideresas comunitarias que no habían tenido acercamientos a evaluaciones formales.
Resalto el “formales” porque su conocimiento del contexto y su vinculación con las actividades comunitarias requiere una evaluación constante sobre aciertos y potenciales mejoras de distintos servicios, pero nunca lo habían hecho siguiendo una metodología rigurosa que permitiera sistematizar resultados y llevarlos a autoridades para apoyar la toma de decisiones. En este sentido, fue una evaluación innovadora porque se apostó al conocimiento del contexto y al desarrollo de habilidades técnicas en el día a día.
Esta modalidad, sin duda alguna, requirió de un acompañamiento técnico cercano, de ahí que el rol de la facilitación a nivel local fue clave para la evaluación. La instancia de facilitación es el puente entre el saber técnico y el saber del contexto. Como su nombre lo dice, facilita el proceso en tanto busca traducir conocimientos formales a los saberes locales y viceversa. Es decir, no está centrada exclusivamente en procedimientos rigurosos, sino que también promueve el uso de la experiencia local para generar una evaluación acorde a las necesidades del contexto.
Sin embargo, la cuestión metodológica es algo que se debe abordar porque igualmente se esperaba un informe con datos válidos para la toma de decisiones. De esta manera, uno de los desafíos más importantes fue que el grupo se colocara en “los zapatos de evaluador(a)”. Recordemos que el rol era de evaluadores(as), entonces participaron desde la identificación del objeto de la evaluación hasta la definición de las recomendaciones, pasando por el diseño de las preguntas de evaluación, la recolección de datos y todos los pasos que requiere una evaluación tradicional. No obstante, en un inicio el papel que asumían naturalmente era el de informantes clave, ya que el equipo nunca había estado en un proceso similar y en un inicio sentían que no tenían las capacidades para hacerlo.
En este punto, la facilitación local debe hacer un esfuerzo continuo para acompañarles a dar el paso, de manera que asumieran el rol correcto ¿cómo? dándoles las herramientas técnicas y recordándoles día a día su función. Para esto se llevaron a cabo sesiones semanales durante varios meses, en las que se estudiaban conceptos básicos y se definían cuestiones centrales como las preguntas de evaluación, los instrumentos para la recolección de datos, entre otros. Este proceso también estuvo acompañado por el equipo técnico más amplio y se hicieron talleres que incluían a todas las personas involucradas para construir y afinar el diseño de la evaluación.
Esta dificultad también se vio reflejada en la etapa de conclusiones y recomendaciones de la evaluación. Aquí el gran conocimiento del contexto versus los conocimientos muy básicos de evaluación hacían que la línea divisoria entre los hallazgos y las percepciones del equipo fuera difusa.
Ese paso de los datos recolectados en entrevistas y grupos focales hacia la elaboración de conclusiones fue complicado, porque nuevamente el equipo perdía su rol y se colocaba como informante, buscando reflejar en los resultados su pensamiento y no necesariamente aquello que se lograba abstraer de los datos. Esto implicó varias sesiones de discusión y principalmente de comprensión del proceso metodológico, de manera que no sintieran que su conocimiento era despreciado, sino que la lógica de evaluación exige ir por otros caminos, por una ruta más abstracta y rigurosa que trasciende las opiniones individuales.
Además, es importante tener en cuenta que quien facilita el proceso debe tener un acompañamiento muy empático y cercano con el equipo de evaluación. Recordemos que la evaluación participativa no sólo espera un informe de resultados sino una población con mejores capacidades para evaluar y, por tanto, ejercer con más herramientas su participación ciudadana. En otras palabras, es necesario romper con la barrera entre el conocimiento académico y el popular, pues en estos procesos ambos son esenciales para alcanzar los resultados deseados.
Frente a esta lógica, es necesario que quien facilita el proceso tenga claro esto entre sus objetivos. A veces las presiones del tiempo, de la ejecución del presupuesto y de la rigurosidad del método hacen que el proceso sea complejo también para la persona que facilita. Retomando el papel de puente, desde la instancia de facilitación local se deben dar respuestas no solo al equipo de evaluación, sino también al equipo técnico, a las diferentes instituciones involucradas y al organismo que financia. Esto genera una presión adicional que debe balancearse nuevamente a través de la comunicación, indicando de forma transparente cómo va el progreso de la evaluación de acuerdo con la planificación elaborada a priori. Asimismo, debe haber un reconocimiento de los alcances y limitaciones del equipo de evaluación, de manera que se pueda solicitar apoyo adicional cuando así se requiera.
A modo de conclusión
Luego de este largo y desafiante proceso, me quedo con la idea de un “SÍ SE PUEDE”, así, en mayúsculas, porque a pesar de las dudas y los temores, se emprendió la evaluación y los resultados fueron enriquecedores en muchos sentidos. Las capacidades locales se vieron mejoradas; la divulgación, no solo de los resultados, sino del proceso participativo se extendió a distintos puntos del territorio nacional para motivar a otras organizaciones de base comunitaria; el empoderamiento de las Juntas de Salud se vio fortalecido y las instituciones involucradas también se dejaron muchas lecciones aprendidas. Entre ellas el hecho de que la evaluación participativa es posible, siempre y cuando se considere que hay una inversión de recursos mayor en términos de tiempo y dinero.
Pero ahí entra en juego la decisión de acuerdo con los objetivos: ¿se busca una evaluación externa, rápida y en manos de personas expertas para tener resultados prontos? ¿o se busca una evaluación que desarrolle capacidades locales en procura de la transparencia y mejora de las políticas públicas, que empodere actores que tradicionalmente han sido excluidos de la toma de decisiones y que fortalezca la participación ciudadana para apoyar las decisiones con base en evidencia empírica y acorde al contexto? Si lo que se quiere es esto último, entonces uno de los mejores caminos será la evaluación participativa, de principio a fin.
Karla Salazar Sánchez I Investigadora social y facilitadora de procesos participativos de evaluación