por Silva Ferretti
El estereotipo de la persona evaluadora es el de una persona experta, que puede encontrar a través de métodos científicos aquello que no funciona en un programa. Este/a experto/a brinda a la vez recomendaciones específicas y razonadas para remediar los problemas detectados, para que las personas a cargo del programa respondan a ellas.
De este modo, el o la evaluador/a asume una posición de autoridad profesional. Todo el sistema de evaluación les empuja -y a quienes les contratan- a ajustarse a este estereotipo en el cual se presenta como evidente y conveniente que, en algún momento, el/la evaluador/a se arrogue la capacidad de modificar, validar y proporcionar las recomendaciones y soluciones adecuadas para mejorarlo.
Fácilmente podemos creer y atenernos a este estereotipo… y así engañarnos. El mundo es mucho más complejo que esa caricatura, y los desafíos y soluciones resultan siempre mucho más complicados de lo que dicen los manuales. En este contexto, la humildad podría ser una mejor alternativa que el aura de experto independiente. Después de todo, si las personas que están involucradas en una intervención, trabajando en la misma durante mucho tiempo, con una evidente mejor comprensión del contexto, no han hallado aún una solución perfecta a sus problemas… ¿cómo podría entonces hacerlo la persona evaluadora externa en el breve plazo que suele llevar el desarrollo de una evaluación?
Lo que llamo aquí evaluaciones humildes reconocen que tanto la experiencia como la misma realidad del personal externo podría ser un estorbo en la evaluación. A su vez, una postura humilde, curiosa y facilitadora puede llegar muy lejos, al priorizar los siguientes aspectos.
Encontrar las “piezas que faltan” del rompecabezas, al conjugar, en un mismo lugar, las opiniones e ideas de diferentes actores.
Contribuir a verbalizar y sistematizar la realidad de mejor manera, reformulando las inquietudes y opciones de tal manera que las personas puedan contar con un mejor mapa en el cual hallar sus soluciones.
Crear espacios, durante el proceso, para que las personas queden expuestas a distintas evidencias y le encuentren un sentido.
Socializar ideas acerca de las cosas que funcionaron en otros lados (pero no para presentar soluciones preestablecidas como óptimas, sino más bien como para dar inicio a una conversación).
Rescatar ideas y lecciones desarrolladas localmente (que a menudo pasan desapercibidas y son subestimadas, mientras que, si fuesen socializadas, podrían ser mejor aprovechadas y adaptadas).
Entonces, una evaluación humilde contribuye a enfrentar nuevos desafíos.
Explorar el rico mundo que existe entre los “problemas” y las “soluciones”… Este es un mundo de aprendizaje y posibilidades, que desaparece súbitamente cuando apresuradamente formulamos recomendaciones.
Reforzar la confianza de las personas en sí mismas, al reconocer que los “cambios” tienen que ver con un ensayo y error, y que no existe la persona experta que tenga la solución correcta en el bolsillo… Junto a esto, nunca dar por sentado (¡y siempre celebrar!) aquello que logró alcanzarse.
Hacer aflorar la creatividad y la inteligencia colectiva de las personas consultadas: son ellas (¡y no la persona experta externa!) las mejores posicionadas para encontrar una alternativa de solución.
La postura que sostiene que “la persona evaluadora es la experta”, la mayoría de las veces no es la acertada. En lugar de enorgullecerse de esta autoridad y experiencia, profesar la humildad tiene muchas ventajas. Pero hacerlo también entraña desafíos, dado que el sistema funciona –por defecto– en modo “experto”. Tanto quienes encargan la evaluación como las partes interesadas del programa tienen expectativas en torno al rol y la experticia de la evaluación. Una evaluación humilde cuestiona dichas expectativas en profundidad.
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- La persona evaluadora es una persona facilitadora, no una experta. Esto transforma radicalmente el poder, la dinámica y las interacciones.
- Las experiencias de ensayo y error, así como las opciones localmente desarrolladas, son muy apreciadas y compartidas, en contraste con hacer hincapié en los modelos impuestos desde fuera y “pegados a la letra”. Por lo tanto, la evaluación y la gestión girarán esencialmente en torno al aprendizaje y la mejora, y no a la adhesión al prototipo.
- Las personas expertas externas no pueden hacer recomendaciones definitivas. Lo que importa es dar a las partes interesadas del programa el espacio para entender su contexto, reformular los desafíos, identificar las posibilidades.
Una persona evaluadora humilde no tiene la última palabra. La experiencia no es exhibe de manera ostentosa; más bien se usa para hacer brillar el conocimiento y la experiencia de los demás.
Una persona evaluadora humilde tiene que trabajar duramente en la trastienda (background), para dar prioridad a los verdaderos protagonistas del cambio. Al hacerlo, a menudo tiene que enfrentar un desafío adicional: ir contra la corriente, debido a las expectativas existentes acerca del rol que como evaluadora debiera cumplir.
Genial el aporte de Silvia Ferreti, cambiar la lógica del experto que todo lo sabe y todo lo conoce, a lo que estamos tan acostumbrados en las sociedades latinoamericanas. Cambiar el rol del evaluados en un facilitador del proceso que además tiene la función de mantener conexionado a los actores involucrados en la evaluación, para que sea ellos quienes evalúan la intervención de la que fueron parte.