Evaluación participativa en tiempos del Covid 19 ¿Realidad o ilusión?

El año 2020 se convertirá sin duda alguna en un poderoso parteaguas de realidades múltiples y diversas. Todavía metidos en el medio de la pandemia, en contextos caracterizados por enormes incertidumbres, es oportuno reflexionar también sobre la realidad de la evaluación en general, y de la evaluación participativa en particular, en este momento largo y alargado en el tiempo. Reflexión que en muchos casos va de la mano con (re)planificación de actividades y objetivos, trastocados y convulsionados por cuarentenas, enfermedades y crisis económicas.

Las más diversas iniciativas de intervención social (proyectos, programas, etc.) se han visto afectadas en su desarrollo y distintas organizaciones han pensado y repensado guías y lineamientos que acompañen una nueva agenda de evaluación. Una búsqueda rápida permite encontrar informes actualizados del PNUD, una serie de posts de la oficina de evaluación del Banco Mundial, recomendaciones sobre el monitoreo, evaluación y aprendizaje en el marco de USAID, guías de la UNODC para la evaluación durante la crisis del Covid 19,  ONU Mujeres y sus herramientas de bolsillo para la evaluación durante la pandemia, el Siempro (Argentina) y su guía para la evaluación de las políticas públicas en situaciones de aislamiento social, las propuestas desde BetterEvaluation de adaptar la evaluación en tiempos del Covid19, etc.

Como se ve, reflexión sobre lo que debería o podría hacerse no ha faltado en el campo de la evaluación desde los inicios de la pandemia. Sin embargo, es posible detectar dos baches que nos parecen relevantes.

Uno es el referido a  qué se está pudiendo hacer efectivamente en evaluación en este contexto (más allá de las guías y sugerencias varias).

El otro vacío a cubrir se vincula con el interés concreto de esta comunidad de práctica y aprendizaje, qué impacto está teniendo la pandemia en la práctica de la evaluación participativa. 

Queremos invitarles a pensar sobre estos vacíos en el debate y la reflexión, sumando sus perspectivas, conocimientos e inquietudes en los comentarios a esta entrada. Quizás tenemos más preguntas que sumar, pero ojalá no nos quedemos solamente en ellas, sino que al menos aventuremos hipótesis plausibles como respuestas.

Hecha la invitación, abrimos el debate…!

Pablo Rodríguez Bilella I Equipo coordinador de EvalParticipativa.

11 thoughts on “Evaluación participativa en tiempos del Covid 19 ¿Realidad o ilusión?

  1. Jesús Flores Jiménez says:

    Si, claro, hay que ver que se puede hacer, nosotros como contratantes, (gobierno subnacional) no hemos podido avanzar en unos proyectos de este tipo de evaluación por la eminente dificultad de la participación presencial, incluso de la formalidad de los procesos administrativos, ojala nos puedan comentar alguna alternativa.

  2. Carmen Luz Sanchez says:

    Primero que nada, muchas gracias por instalar este tema que seguramente a muchos de los que trabajamos en Evaluación nos tiene llenos de preguntas y pensando en alternativas de acción.

    En nuestro caso particular, desde el programa Servicio País (Chile) nos encontramos en un proceso reflexivo respecto a ciertos temas, los cuales debemos ya avanzar hacia la toma de decisiones pues el año avanza y ello nos obliga a actuar.

    Siendo una entidad de la sociedad civil financiada en gran parte por el Estado, nos encontramos en el proceso de decidir principalmente respecto a dos cosas: 1) la aplicabilidad real de las planificaciones evaluativas que elaboramos a inicios de año y de qué forma podrían éstas adaptarse para ser realizadas en este contexto de emergencia sanitaria, sin poner en riego a los/as participantes. 2) Cómo hacemos para responder a nuestros compromisos evaluativos previamente definidos en metas, las cuales están declaradas en convenios firmados con Ministerios financistas a inicios de año (a esto se suma que dichas entidades estatales se muestran bastante estrictas respecto al cumplimiento de metas).

    Ambos son dilemas difíciles de resolver. Por una parte tenemos la claridad de que los proyectos evaluativos, especialmente en el caso de evaluaciones participativas, no podrán realizarse utilizando las metodologías y procedimientos que tradicionalmente utilizamos. Sin embargo, el trabajo en intervención social, y más aún con comunidades en situación de pobreza y vulnerabilidad, nos dan poco espacio para la adaptación a través de medios tecnológicos que hoy pueden suplir la presencialidad, dada la baja cobertura y educación tecnológica en este tipo de poblaciones. Además, siempre queda la duda de cuánto de lo participativo puede realmente darse de manera rigurosa a través de medios virtuales.

    En fin, me disculpan si no he planteado propuestas sino más bien muchas preocupaciones sin resolver, pero creo que la pandemia es así, y quizás esto debamos ir resolviéndolo entre todos. Estoy segura que encontraremos espacios de innovación. Si en esta hermosa comunidad alguien ha resuelto estos dilemas, especialmente el de la aplicabilidad de evaluaciones participativas en tiempos de pandemia, estaremos muy agradecidos.

    Saludos a todos/as!
    Carmen Luz Sánchez (Chile)

  3. Dagny SKARWAN says:

    ¿Se nos movió el piso-o cambiamos el paso?
    Muchas gracias por abrir la discusión. Las preguntas que lanzaron al foro, me hacen reflexionar, aunque quías más que respuestas me surgen nuevas preguntas. Siempre ha sido más complicado de diseñar y realizar una evaluación participativa, ahora en COVID se vuelve un imperativo de no perder el compromiso ¡Pero ¿cómo lograrlo?!

    Las dos preguntas que lanzaron al foro: ¿Qué se puede hacer efectivamente en evaluación en estos tiempos de pandemia? Es muy probable que en el futuro cercano la pandemia nos va a distorsionar la vida aun durante muchos meses más. La segunda pregunta: “Qué impacto tiene la pandemia en la práctica de la evaluación participativa?

    Hace unos días recibí unos Términos de Referencia con la invitación de elaborar una propuesta y hacer mi oferta para una evaluación de un proyecto conducido por un movimiento campesino. Recibí los TdR el 1 de septiembre y la oferta tenía que presentarse el 6 de septiembre. Me pareció demasiado apresurado y escribí a la organización donante preguntando a qué se debe el plazo tan corto.
    Me comentaron: por la pandémica la implementación del proyecto se había atrasado, el proyecto ya está concluido y por eso tenían correr la evaluación hacia el final, ahora a realizarse con mucha presión de tiempo, porque ya dentro de tres semanas tenía que estar terminado el informe de evaluación Tengo que comentar también que los TdR indicaron todo el proceso siguiendo el principal do not harm tenía que realizarse de manera virtual.

    Entiendo muy bien la presión de rendir cuentas a donantes. ¿Pero qué puede hacer yo como evaluadora en este caso si mis principios de evaluación me exigen que el resultado debería servir a las comunidades? Un enfoque de evaluación encima de una rendición de cuentas implica apuntar al empoderamiento e impulsar capacidades para tomar decisiones propias. De allí algunas de mis apreciaciones, desde la perspectiva de los territorios o espacios donde los cambios se deberían manifestar.

    1. Si hemos perdido tiempo por la pandemia, a pesar de tener las presiones contractuales, entonces, considero que en primer lugar es el donante que tiene la oportunidad de revisar sus procedimientos. El diseño de la evaluación tiene que ser bastante flexible, responder a dinámicas encima de mantenerse ajustada a una matriz de evaluación. La calidad depende de la flexibilidad, creatividad y sensibilidad.
    ¡Por lo tanto los diseños tendrían que considerar más tiempo en vez de menos tiempo! ¡Las respuestas tendrán que venir más rápido!

    2. Es muy probable inclusive que las personas, involucradas, destinatarios o beneficiarias ahora tienen “otras preocupaciones” más allá de participar en “nuestro proyecto”, lo que no nos quita la responsabilidad que la participación es un derecho.
    Más que nunca el diseño de la evaluación nos llevaría a observar el criterio de la Coherencia. ¿Cuán bien se adecua la intervención, la iniciativa a los contextos reales, o situaciones contradictorias? ¿Cuán válidos aún son las visiones de una teoría de cambio ante el escenario actual?

    3. Sugiero una metodología de evaluación que parte del hoy y ahora y no del proyecto. Es el impacto de la pandemia y sus efectos que primeramente van a estar en la percepción de las personas o colectivos. La reflexión con las personas, la comprensión primeramente es cómo COVID ha afectado el bienestar de las personas y sus colectivos. ¿Qué aún funciona para darnos aliento, que nos hace fuerte para poder superar el dolor o efectos negativos? ¿Existen algunos cambios logrados ante la pandémica que ayudan a superar los efectos?

    4. En vez de encerrarnos en el diseño original del proyecto tenemos que abrirnos a círculos virtuosos que de repente lograron movilizar. ¿De repente todo cambió? ¿Si la pandemia profundiza las vulnerabilidades y si va ensanchar las desigualdades, una evaluación en tiempos de COVID tendría que abrir el abanico de opciones respecto a la capacidad de adaptarse de estos grupos o territorios?

    5. Evaluadores/as deben coleccionar y generar datos e información para contestar preguntas de evaluación. Quizás en esta crisis podría ser un desafío para una evaluación participativa de preguntarnos al revés: ¿Qué datos y que información tenemos que aportar o facilitar a la comunidad, a los colectivos para que logren sus objetivos, para que puedan evaluar hasta qué grado lograron sus objetivos y tomar decisiones a recuperarse a adaptarse a defenderse?

    6. El distanciamiento social, las técnicas virtuales nos han quitado o reducido la oportunidad de interactuar. Surgió la necesidad de saber usar los medios virtuales. Nos han quitado la oportunidad de trabajar cara a cara, por lo tanto, hay que ir a rescatar es cómo la evaluación participativa puede promover y cuáles son ahora herramientas efectivas para una interacción que permita motivar y facilitar una autovaloración y un análisis propio desde los y las protagonistas. ¡Entonces aún más deberíamos tener una conciencia sobre el uso de la evaluación, a quien y como deben servir el proceso y los resultados!

    Saludos a todos/as
    Dagny Skarwan

  4. Juan Sanz says:

    Queridas y queridos colegas,

    gracias por abrir y participar de este debate. También a mí me genera muchas dudas esta situación tremenda. Pero ya hay varias cuestiones sobre el tapete, así que me centraré en aventurar alguna respuesta. Disculpen de antemano los desaciertos, pero es de aprender de lo que se trata.

    1. La evaluación, participativa o no, debería aplicarse cuando contribuye a solucionar un problema o a potenciar una virtud. Si la situación actual condiciona la evaluación hasta el punto que va a generar más perjuicio que beneficio, coincido con Dagny y sugiero a Jesús, que es mejor posponer la evaluación. Tengan en cuenta que forzar la evaluación o la participación en una evaluación en condiciones no propicias, no solo condicionará sus resultados, sino que restará credibilidad a evaluaciones –y potenciales soluciones- futuras.
    2. Calu nos describe una situación en la que la entidad financiadora exige cumplir con el compromiso de realizar la evaluación. Está más que justificado apelar a la flexibilidad de las administraciones en estos momentos, pero ya sabemos que los procedimientos administrativos son, por definición, rígidos. Esto es, que a Servicio País y muchas otras organizaciones en su situación, no les va a quedar otra que cumplir con un informe de evaluación en plazo.
    3. Incluí a propósito la palabra “informe” porque mi experiencia es que, si bien producto, presupuesto y plazos suelen ser inapelables, el recorrido o proceso evaluativo si pueden darnos cierto margen de maniobra. Ahí les propongo algunas sugerencias para moverse en ese margen.
    4. Margen, primero, para no ocasionar daños, como ya se ha mencionado en las entradas anteriores. No hay dinámica grupal cuyo beneficio para la evaluación justifique poner en riesgo la salud de las personas participantes y de su entorno. Mejor rebuscar entre las actas de las reuniones de comunidad, entrevistar por teléfono, abrir grupos de WhatsApp…
    5. Margen, segundo, para poner los recursos de la evaluación a disposición de las personas que lo necesitan. Es posible que muchas personas se encuentren aisladas, frustradas por no poder contribuir a su vida en comunidad o reducir su relación comunitaria a círculos mucho más estrechos de lo normal. Hacerles partícipes, aunque sea por teléfono, de un proceso evaluativo, puede ser un asidero muy importante al que agarrarse. Y que la prioridad por esta vez no sea “qué se comunica”, sino el hecho en sí de poderse comunicar.
    6. Margen, tercero, para experimentar. ¿Cómo se vería un grupo de WhatsApp llamado “Matriz de evaluación” en el que una persona facilite un intercambio para planificar una evaluación inclusiva, aunque dure varios días? ¿Cómo se vería un intercambio de videos de Tik Tok en el que las personas expresen con videos sus vivencias en el proyecto? ¿Cómo se vería un informe de evaluación emitido, de forma resumida, en una radio comunitaria? Ustedes están mucho más cerca de las personas con quienes trabajan y tienen, seguro, más y mejores ideas. Pero igual que hace unos meses les proponíamos experimentar con juegos para aprender, les propongo ahora experimentar con la tecnología. Y si bien es cierto que no todas las personas tienen el mismo acceso a la tecnología, no es menos cierto afirmar que, hoy en día, hay tecnologías al alcance de todas las personas.
    7. Y margen, cuarto, para agarrar impulso. O siempre mejor y más lindo con palabras de Benedetti: margen “para que soñemos con los ojos bien abiertos hasta que llegue, inexorable, el día”. Y es que –ya lo ven- es en tiempos inciertos cuando se acumulan las preguntas. Y debería ser también cuando más nos empeñemos en adelantar (algunas) respuestas. La evaluación proporciona respuestas, ya lo saben. Y la evaluación participativa, además de respuestas, aporta complicidad, compromiso, perspectiva. Si desde las administraciones públicas se repite una y otra vez que “éste virus lo paramos entre tod@s”, confío en que a nadie se le olvide dentro de unos meses que revisar y corregir errores para que esta situación no se repita en un futuro debería ser, más que nunca, cosa de tod@s también.

    Un abrazo de ánimo y cuídense mucho.

  5. petasunsj says:

    Hola todas/os, qué tal? Espero que se encuentren bien. Qué buen debate. Gracias por la oportunidad. Parte de estas preguntas habíamos comenzado a discutirlas con algunos colegas y amigos hace un mes, motivados quizás por las mismas inquietudes que hoy dispararon este tema en este foro.

    Y lo he estado pensando, pero no encuentro una respuesta clara. Tengo tanta incertidumbre como la que genera en cada rincón del mundo, y ahora con más fuerza en América Latina, la propia pandemia. Va cambiando tanto la situación, y son tantas las presiones para intentar continuar con todo en un mundo que está patas para arriba que no se me ocurre qué solución imaginar. Mi padre decía que un pesimista es un optimista bien informado. No sé si será cierto, pero por ahí va mi reflexión. ¡Perdón por mi pesimismo!.

    En Argentina la cosa se está poniendo bien fea, y esto que parecía estar limitado a las grandes ciudades, ya comienza extenderse por las provincias del interior, algunas de las cuales ya han colapsado en su capacidad para dar respuesta. Las clases presenciales en las escuelas (primarias y secundarias) y a nivel universitario ya se han descartado para el 2020. Las posibilidades de acceso a internet para profes y alumnos son tan limitadas que al menos un 50 % no tiene conectividad. Peor aún, la economía informal para mi país, sumando a asalariados informales con cuentapropistas, representa el 50 % (Indec, Febrero de 2020). Este vasto sector de empleo informal se ha visto seriamente afectado al reducirse sus ingresos, y -en muchos casos- directamente perderlos. Incluso profesionales dedicados a la evaluación, han perdido chances concretas de realizar su trabajo, y se ven obligados a buscar otras fuentes de ingresos, muy escasas por cierto.

    Es todo cambiante, que no me da para imaginar actividades posibles de evaluación participativa en este contexto. Siento que hay momentos, como este, que quizás conviene mirar hacia dentro de las instituciones y dejar la práctica de la evaluación en ‘standby’. Sé que hay mandatos institucionales, como señalan quienes intervinieron en el foro, planes de trabajos, presupuestos acordados y demás, pero este escenario nos condiciona por múltiples lados… No me imagino una evaluación participativa, mucho menos aquellas que evalúan programas sociales que llegan a los sectores más vulnerables en este contexto. Juan propone algunas alternativas que nos permiten resolver o reemplazar la cuestión de la ‘presencialidad’ en la evaluación (que hoy no es posible por la cuarentena). Estas tecnologías, que en ocasiones ya hemos usado, suenan muy bien, y son valiosas sus sugerencias. Pero, más allá de poder ‘captar el sentir de la gente’ respecto de una intervención con estas herramientas, lo que me preocupa es la pertinencia de (en este contexto) preguntarse por los resultados, efectos, procesos e impactos de intervenciones ya realizadas cuando las necesidades vitales en muchos casos son otras. Es decir, programas que eran ‘evaluables’ hace 6 o 7 meses, hoy no lo son, dado el contexto en el que estamos.

    Siento que las preocupaciones de la gente, en especial la población más vulnerable a quienes justamente se dirigen las políticas sociales y programas de desarrollo, hoy pasa por otro lado. Aun cuando generosamente se predispusieran a contestar una encuesta o ronda de WhatsApp, me pregunto: ¿Serán estas respuestas relevantes para valorar una intervención? O estas respuestas estarán ‘teñidas’ por este contexto sin precedentes, ni imaginado en el peor de los escenario de la intervención. Es probable que estas respuestas ‘castiguen’ –sin querer- los logros de la intervención, ya que en un contexto tan hostil, todo queda ‘camuflado’ y resulta difícil separar la paja del trigo.

    En el encuentro de Evaluación Participativa (EP) que tuvimos en Quito, en Noviembre del año pasado, ‘jugamos’ a definir la EP con una palabra. Alguien dijo una que me encantó: EMPATÍA. Para mí, la empatía es la intención de comprender los sentimientos y emociones, intentando experimentar de forma objetiva y racional lo que siente otro individuo. La empatía hace que las personas se ayuden entre sí. Está estrechamente relacionada con el altruismo y la capacidad de ayudar. Creo que si tenemos la capacidad de ponernos en el lugar del otro, podremos comprender mejor qué tan pertinente, oportuno y posible es hoy realizar evaluaciones. Y no sólo lo digo por la situación de quienes fueron usuarios del programa/proyecto sino también por las y los propios responsables de llevar las evaluaciones adelante. Creo que hoy, más que nunca, las organizaciones donantes, las instituciones públicas y sus ‘mandatos’ debieran impregnarse de empatía. Hoy, quizás, es tiempo de otras preguntas y otras preocupaciones para la gente, y no el tiempo de evaluar nuestras intervenciones…

    Gracias por el debate!
    Abrazo, Esteban Tapella

  6. Ana Jimenez says:

    Gracias por vuestras aportaciones!

    Estoy con Esteban sobre la falta de respuestas y la necesidad, más que nunca, de empatía.

    Nosotros en nuestra organización hemos prácticamente paralizado los procesos de evaluación de los proyectos que teníamos antes del COVID, pero sí hemos aprovechado para hacer pequeñas evaluaciones o valoraciones de nuestras intervenciones COVID con las participantes o beneficiarias de ayuda humanitaria. Y un estudio del impacto del COVID en niños, niñas y adolescentes.

    También, en nuestro proceso de planificación de cara a los próximos años hemos abierto el análisis al contexto actual, a la vez que recogíamos necesidades actuales y valoraciones de cómo de pertinente sería nuestra actuación tal como la veníamos haciendo o qué adaptaciones se han de hacer.

    Así que más que seguir con los procesos de evaluación previstos, nos ha tocado abrir otros nuevos, con diferentes objetivos pero siempre con el mismo ánimo de participación y mejora. Eso sí, con limitaciones, obviamente, pero sí creemos importante seguir cercanos y que no decaiga la cultura de evaluación.

    Saludos! y cuídense mucho la salud pero también el ánimo!

    Ana Isabel Jiménez Dato

  7. OLGA NIRENBERG says:

    Hola!
    Acá intento responder la pregunta de Pablo, del pasado 10 de septiembre, acerca de cómo repensar estrategias para afrontar las actividades de evaluación en general y en particular de la evaluación participativa, en estos contextos del covid-19 que vivimos. Con mi respuesta, lejos de aclarar, tal vez contribuya a aumentar la incertidumbre y confusión general.
    Antes de entrar francamente en tema, contaré que a poco de comenzar este prolongado aislamiento, a finales de marzo o principios de abril pasados, padecí fiebre alta, congestión y fuertes dolores de garganta; vino a verme el médico de las emergencias domiciliarias de mi seguro social y diagnosticó una angina; expresé mi alivio de que no fuera covid-19 y recuerdo el agrio comentario del profesional, que dijo: “actualmente hay muchas anginas, es casi una epidemia, pero ya no existen más las otras enfermedades para la medicina… sólo el covid-19”. En efecto, enseguida supimos que se suspendieron casi del todo los controles preventivos y, peor aún, la atención misma por otros problemas de salud; por mencionar sólo algunos: los problemas cardiovasculares, los oncológicos, los mentales; también la vacunación de los niños disminuyó en Argentina entre el 35 y el 40% durante estos meses. Las cifras de morbimortalidad por esas otras causas nos confirmarán eso muy pronto, cuando también se pongan al día las estadísticas sanitarias argentinas, tan demoradas. Quienes evaluamos intervenciones en el campo sanitario deberíamos reflexionar sobre esos efectos deletéreos. El recuerdo del comentario de ese médico me viene una y otra vez, pues fue anticipatorio y metafórico de las pérdidas luego evidenciadas en muchas otras áreas de nuestras vidas.
    Tal como le sucede a Esteban, por momentos me resulta inevitable ser pesimista y hacer referencias a nuestro país, Argentina, donde durante este trágico 2020 las clases presenciales en todo el ámbito educativo, las consultas médicas y tantas otras actividades sociales, culturales y productivas se paralizaron y/o se vieron afectadas, incrementándose notoriamente los niveles de desocupación, pobreza e indigencia. Las políticas públicas implementadas resultan insuficientes, no alcanzan a compensar los daños, mientras disminuyen las oportunidades de trabajo y se suman obstáculos a las posibilidades de inversión, profundizándose los quebrantos y el éxodo de empresas, empresarios y profesionales. Pero nada de eso parece importar, sólo el covid-19.
    En semejante contexto no debe sorprendernos la disminución drástica de las actividades de evaluación, en especial de aquellas con metodologías participativas y más específicamente de las que se realizan en relación con programas sociales que trabajan con los sectores más vulnerables. Sin duda, el gremio de evaluadores es uno más del conjunto de los muy afectados. Coincido con Esteban en que la evaluabilidad de las políticas y los programas sociales, que ya era baja, ha disminuido aún más y si eso no hubiera sucedido, pensando de modo contrafáctico y/o distópico, serían muy penosos los hallazgos evaluativos que obtendríamos en relación con los efectos de las intervenciones en los contextos de pobreza.
    Durante la última década se había logrado avanzar bastante en la relevancia y legitimidad de la evaluación, pero acá también creo coincidir con Esteban en que el contexto pandémico hizo retroceder varios casilleros a la evaluación como actividad prioritaria.
    Voy a detenerme un poco en la cuestión educativa, actividad prioritaria sin duda alguna, que considero en grave emergencia (tal como la cuestión sanitaria). La región más afectada por la pandemia en el planeta y en estos momentos es América Latina; los países que retomaron la modalidad presencial en los establecimientos educativos de la región son la excepción (encomiable el caso de Uruguay); mientras que, en Alemania, España, Estados Unidos, Corea del Sur, Israel, entre otros, han vuelto a cierto grado de presencialidad, con avances y retrocesos en algunos casos.
    Ya en abril pasado UNICEF afirmaba que interrumpir la asistencia a las aulas puede tener graves repercusiones en la capacidad de aprendizaje de los niños, particularmente de los más pobres: cuanto más tiempo esos niños de sectores vulnerables dejen de asistir a la escuela, menos probable es que regresen; esos niños ya tienen casi cinco veces más probabilidades de no asistir a la escuela primaria que los niños de las familias más pudientes. En Argentina, si antes de la pandemia uno de cada dos adolescentes no terminaba la escuela secundaria, no es difícil imaginar lo que sucederá en un futuro inmediato.
    Creo que la educación ya no volverá a ser como era, especialmente a partir del 2do y 3er ciclo de primaria, en la secundaria y en la universitaria, sino que por bastante tiempo más, por no decir para siempre, deberá pensarse en un balance adecuado de presencialidad y modalidades en línea. ¿Eso sería algo para celebrar? Me parece que en algún punto sí, o sea, soy prudentemente optimista sobre ese cambio pedagógico que preveo en la región; cruzo mis dedos para que también pueda concretarse en Argentina, donde los gremios docentes dominantes bregan por no volver a clases presenciales hasta tanto alguna vacuna se aplique masivamente; pero se abstienen de proponer adecuación de los contenidos y las modalidades pedagógicas virtuales en tiempos de pandemia. Durante más de diez años he venido trabajando en evaluación educativa y he podido confirmar que los gremios docentes son los más reaccionarios, quienes más se oponen, no sólo a la evaluación, sino a cualquier cambio pedagógico innovador. Aclaro que diferencio entre los dirigentes gremiales y los docentes propiamente dichos: hay una distancia muy apreciable. Por lo que pude corroborar, no hubo priorización ni adaptación de los contenidos curriculares para ser trasmitidos virtualmente de modo eficaz; en general hubo una traslación directa de los contenidos que antes se impartían en el aula a los esquemas de clases remotas.
    Volviendo a mi optimismo acerca de la incorporación de la virtualidad en la educación, debo confesar sin embargo que ver a mis dos nietos cursar las materias de su primer año universitario sólo telemáticamente me causa bastante tristeza, pues están perdiéndose lo que yo recuerdo (como estudiante y como docente) de ese rico ambiente social, de camaradería, de discusión creativa y de estudio o trabajo con estudiantes y docentes cara a cara; bendigo la suerte de que ninguno de los dos curse carreras tradicionales de ciencias naturales, físicas, químicas, biológicas o médicas, pues no podrían hoy realizar sus prácticas en laboratorios.
    Otra falencia que los argentinos arrastramos desde tiempo atrás y que siempre he señalado en mis evaluaciones, se refiere a las capacidades y habilidades docentes en el uso pedagógico de las tecnologías de información y comunicación (TIC), pues gran parte de los planteles (sobre todo en primarias y secundarias) no tiene ese hábito, lo cual quedó más expuesto actualmente. Previo a la pandemia eran escasas la políticas o programas que se ocuparan del fortalecimiento docente en el uso pedagógico de las TIC; y en esto también hay resistencias por parte de los gremios. Ojalá eso mejore a partir de ahora. Para colmo, hoy el acceso a un teléfono inteligente, una Tablet o a una Notebook es bastante más dificultoso que hasta finales del año pasado.
    Quiero remarcar: ninguna TIC reemplaza totalmente la presencialidad, así que, si bien creo que la incorporación de la virtualidad es algo para festejar, debería balancearse con una proporción de presencialidad bien organizada. Anticipo que esto me parece válido también para la evaluación participativa. ¿Estarán pensando en esas cuestiones las autoridades educativas? Ojalá así sea. Los que nos dedicamos a la evaluación en el campo educativo, deberíamos también pensarlo.
    Mi imaginación, si bien utópica, no deja de tener claro que se debería destinar mucha inversión y mucho trabajo para un amplio desarrollo de la infraestructura en las TIC de modo que la conectividad a Internet y los equipamientos informáticos alcancen a cubrir todos los rincones de nuestros países, para que esos servicios se universalicen efectivamente, ya que hoy en día eso agrega otra importante fuente de inequidad.
    No me atrevo a ser demasiado optimista en el caso de la evaluación participativa, no sólo por los requerimientos de distanciamiento físico y las medidas restrictivas en cuanto a reuniones de más de cierta cantidad de personas, sino sobre todo, por las razones que expone Esteban acerca de cuáles son las preocupaciones de los pobladores de los sectores vulnerables en esta situación generada por la pandemia y la paralización de las actividades laborales “no esenciales”.
    Recuerdo que en la época del HIV-Sida quienes implementábamos o evaluábamos programas orientados a adolescentes y jóvenes, sin importar cual fuera el campo de su desarrollo integral que se abordara, incluíamos siempre contenidos referidos a la salud sexual y reproductiva, especialmente la prevención, la detección y el cuidado de enfermedades de transmisión sexual. Lo mismo deberíamos estar haciendo ahora en relación con la población general y el covid-19.
    Nuevamente parafraseando a Esteban, cuando dice que ahora es tiempo de otras preguntas y otras preocupaciones para la gente, coincido en que quizás no sea el tiempo de evaluar nuestras intervenciones tal como veníamos haciendo. No soy religiosa practicante, pero reconozco algunas enseñanzas bíblicas y me viene a la mente parte del Eclesiastés, cuando afirma que todo tiene su momento oportuno y sugiere la sabiduría de diferenciar cuando es el tiempo adecuado para cada cosa: un tiempo para plantar y otro para cosechar, un tiempo para destruir y otro para construir, un tiempo para llorar y otro para reír; un tiempo para estar de luto y otro para saltar de gusto; un tiempo para intentar y otro para desistir… Coincido en que ahora estamos en tiempos para pensar, revisar, adecuar formas y métodos, más que en tiempos para evaluar.
    Por último, previendo que debamos convivir con el covid-19 por bastante tiempo, propongo que el gremio de evaluadores se dedique a pensar ahora en cuestiones como las que siguen:
    – Hasta tanto sea posible viajar a las localizaciones donde se realizan las intervenciones, tratemos de identificar y conformar equipos de profesionales locales y desarrollemos modalidades efectivas para su formación a distancia, de modo de evitar que se interrumpan las acciones. Así también estaríamos contribuyendo a dejar “capacidades instaladas” en evaluación.
    – Incorporemos en nuestras evaluaciones contenidos referidos a la prevención y la atención del covid-19 en las poblaciones destinatarias de los programas que evaluamos, para que a su vez, esos programas incluyan tales contenidos.
    – Señalemos con más énfasis las deficientes condiciones de vida y los factores de riesgo que conocíamos de hace tiempo pero que quedaron más en evidencia por el covid-19 en los sectores vulnerables: la precariedad de sus viviendas, la falta de agua potable, de higiene y de cloacas, el hacinamiento, la falta de acceso a servicios de salud y de alimentación, entre otros.
    – Relevemos y señalemos los daños “colaterales” del covid-19 en otros problemas de salud que fueron desatendidos, como también en el campo educativo, del trabajo y las condiciones de vida de las poblaciones, especialmente en los sectores vulnerables, para así recomendar políticas o acciones reparadoras.
    – Desarrollemos, discutamos y acordemos protocolos para la realización de reuniones presenciales con actores locales significativos relacionados con las intervenciones.
    – Desarrollemos aplicaciones para evaluar en forma virtual, previo diagnóstico de la viabilidad de esas modalidades en las intervenciones y/o poblaciones específicas.
    – Revisemos nuestras metodologías y herramientas para que no se interrumpan indefinidamente las intervenciones y evaluaciones.
    – Sistematicemos y difundamos nuestros modos de trabajo, sus resultados y las recomendaciones emergentes.
    Cariños!
    Olga Nirenberg, Buenos Aires, 19 de septiembre, 2020

  8. Romaroo says:

    Buenos días, gracias por abrir éste foro.
    Tanto el texto principal como los comentarios tienen mucha razón ya que se nos complicó la práctica de la evaluación participativa pero estamos aquí para compartir nuestras opiniones.
    La pandemia de COVID-19 (coronavirus) representó una amenaza para los avances de la educación en todo el mundo, si no se hacía un esfuerzo, provocaría pérdidas de aprendizaje, aumento de la deserción escolar y mayor desigualdad.
    Los países reaccionaron con rapidez para lograr que el aprendizaje no se interrumpa.
    Se tuvo que enfrentar la situación, gestionar la continuidad y mejorar las actividades; es así como tenemos que afrontar esta pandemia en lo que es la práctica de la evaluación participativa, teniendo en cuenta que no podemos seguir sin ésta práctica ya que es vital para nuestro crecimiento mental.
    La tecnología de ésta era, es súper avanzada que podemos hacer un foro online sin ningún tipo de problema, existen varias vías como son las aplicaciones de video circunferencia o aplicaciones conocidas como WhatsApp, Facebook, etc…
    Es una de las alternativas que tenemos disponibles por ahora.
    Recuerden que los límites solo son mentales, nosotros mismo nos ponemos barreras y así mismo las podemos quitar y expander nuestro conocimiento.
    Muchas gracias nuevamente y buen inicio de semana.

  9. Fernanda Arriaza says:

    Hola a todos y todas,

    Gracias por abrir el debate y reflexión, en verdad, desde que inició la pandemia, mi tiempo ha estado tan centrado en buscar estrategias para apoyar a las familias a mitigar los efectos del COVID y visibilizar el impacto de este en los asentamientos, que el tiempo dedicado a reflexionar sobre este tema había sido con certeza escaso o nulo, pero acá les comparto algunas de mis reflexiones a partir de la experiencia de estos últimos meses extraños:

    Desde la experiencia de TECHO acompañando a los asentamientos populares en la región, la respuesta a la primera pregunta es sencillamente, nada, y desde la simpleza de esa respuesta, la razón es que las necesidades de los territorios donde trabajamos, retornaron al desarrollo de actividades tan básicas como las vinculadas a la supervivencia (búsqueda de alimentos, elementos de limpieza, medicamentos, agua), el tiempo para el taller y la entrevista, quedó relegado. Pero, aunque en estricto rigor no se están desarrollando procesos de evaluación; vecinos, vecinas y liderazgos comunitarios de estos territorios, no han parado de conformar equipos que guíen las acciones de mitigación en sus comunidades, han realizado más que en otros tiempos, mapeos de actores y desarrollado iniciativas junto a ellos, han organizado censos y distribuido información para prevenir el COVID y cuidarse entre todos y todas. Sin ánimos de romantizar la práctica comunitaria y desdibujar la compleja situación que hoy están atravesando las personas que viven en situación de vulneración, lo que hoy está sucediendo en términos de cohesión y fortalecimiento del tejido social, es contundente y puede representar un terreno fértil para retomar con fuerza los procesos de evaluación participativa pendientes o los que estén por venir. Aunque en estos tiempos de incertezas de algo que la mayoría esbozamos alguna claridad, es que la vida post pandemia no va a ser cómo era antes, de ese “antes”, algo que sí debemos conservar en su versión más auténtica, es el contacto humano y el de poner a las personas en el centro de los procesos.

    Hoy, líderes y lideresas con los que trabajamos, están demandando la generación de diálogos efectivos y vinculantes, que se formalicen los espacios de participación público-territoriales y que sean reconocidos/as como agentes activos de las decisiones gubernamentales sobre la transformación de sus territorios. Sabemos que para que esto suceda debemos invertir tiempo y recursos en su formación y buscar espacios de incidencia política, pero, el conocimiento y apropiación que tienen de sus territorios podrá ser mucho más sólido en tanto cuenten con información que resulte de procesos de reflexión y aprendizaje, que puedan tomar decisiones basadas en evidencia y sean capaces de generar ambientes de confianza y comunicación con sus vecinos y vecinas y que desde ahí, cuenten con el respaldo y validación de sus comunidades.

    Quizás, lo que en este momento podamos hacer para mantener a flote los procesos de evaluación sea muy poco o nada, va a ser su carácter humano y centrado en las personas, lo que va a permitir que la evaluación participativa sea un recurso demandado. Hace un par de semanas, organizamos un encuentro de voluntariado virtual con jóvenes de los 18 países donde estamos trabajando; en un espacio en que invitamos a lideresas comunitarias para conocer su experiencia en este contexto, les preguntamos qué esperaban de nosotros/as al volver a territorio, la respuesta fue, paciencia. Ojalá el impacto de la pandemia en la evaluación sea que nos permita transitar a procesos más flexibles y adaptativos, que profundice aún más en el entendimiento de la realidad y en el reconocimiento de nuestra interdependencia.

    Nuevamente, muchas gracias por el espacio.

    Un fuerte abrazo a todos y todas,

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