por Luisa Graffigna
Hasta hace poco, la Evaluación Participativa era para mí un área que me resultaba atractiva y a la vez ajena a mi quehacer. Eso cambió a partir de la presentación que Marina Apgar hiciera en diciembre del 2021 en el seminario internacional Evaluación Participativa y rigor en el marco de una evaluación transformadora. Su charla me abrió la puerta para pensar cómo resuenan los criterios de rigor de la evaluación en un campo más conocido para mí como es el de la investigación social.
Como somos personas que llevamos en nuestra mochila el conjunto de nuestras experiencias vitales, a este interés y comprensión acerca de lo expuesto por Marina, se suma mi formación académica como socióloga, por un lado, y un período de trabajo colectivo, reflexiones y prácticas vinculado a procesos de Educación Popular que tuvo lugar hace varias décadas (junto a algunos de quienes hoy coordinan EvalParticipativa). Desde allí me resuena lo “participativo”. Es por ello que para estas líneas me posiciono desde el campo de la investigación social, antes que del de la evaluación participativa y, desde ahí, intentaré algunas reflexiones sobre los cruces y distanciamientos de estos dos procesos, cada uno con su lógica particular.
Para empezar, y viendo a estos dos campos en el contexto histórico, percibo a la evaluación más cercana a los actores en los territorios y a los organismos que desarrollan acciones vinculadas a ellos, en tanto que por mucho tiempo la investigación social ha estado más circunscripta al ámbito académico, al menos en mi experiencia. Más recientemente, estos recorridos que parecían escindidos, se han venido entrelazando de forma tal que se enriquecen mutuamente. Una mención aparte podría hacerse acerca del camino que desde hace tres o cuatro décadas viene dándose en el campo de la investigación social, sobre todo desde perspectivas que se diferencian de “el” método científico de larga tradición positivista. Me refiero particularmente al desarrollo de los variados enfoques de investigación cualitativa en Ciencias Sociales y las profundas discusiones en torno a la validez de sus métodos, los que han permitido abrir camino a otras formas de hacer ciencia desde posicionamientos y lógicas distintas a las que rigen en el campo de las Ciencias Naturales o las llamadas “ciencias duras”.
Desde mi perspectiva, los acercamientos antes mencionados no se dan entre “evaluación” e “investigación” a nivel general, sino entre ciertos enfoques de estos campos que comparten una determinada mirada de “lo social”. Esto es: un posicionamiento epistemológico en los procesos de construcción del conocimiento centrado en la intersubjetividad, una forma de entender las realidades diversas -que son dinámicas y complejas- y, por supuesto, las correspondientes estrategias metodológicas para desarrollar los procesos. Esa perspectiva en la que confluyen implica, entre otros aspectos:
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- Una mirada holística sobre realidades y escenarios complejos y “en movimiento”.
- La inclusión de procesos dinámicos, interactivos y de involucramiento.
- La atención a una diversidad de actores y saberes, así como la valoración de la construcción colectiva y la relativización de las jerarquías formales.
- La elaboración de conocimiento situado y en contexto.
- El reconocimiento de lo político como intencionalidad transformadora.
- La reflexividad sobre los procesos para revisar las prácticas desarrolladas.
- La consideración de los aspectos éticos.
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Tomando como base estas cuestiones compartidas -cada una de las cuales merece su propio debate y reflexión-, podemos encontrar también diferenciaciones entre evaluación participativa e investigación social. Quisiera enfocarme especialmente en lo referido a los objetivos, ya que marcan su impronta particular. Desde el punto de vista de la investigación no es un detalle menor la finalidad intrínseca de “generar conocimiento”, más allá de su “utilidad”. A partir de allí, la discusión puede darse con relación a las características de ese proceso, al tipo de conocimiento generado o a la finalidad del mismo. Del otro lado, entiendo que la evaluación participativa se orienta a una valoración de procesos de intervención o transformación en contextos diversos. De este modo, podemos identificar lógicas diferentes en cuanto al propósito que orienta la acción y los procesos.
En función de este marco (muy) general, me gustaría expresar algunas ideas con relación a dos puntos que, con sus matices, marcan recorridos parecidos: los “criterios de rigor”, por un lado, y “lo participativo”, por el otro.
Los criterios de rigor y la calidad
Del lado de la evaluación participativa, las preocupaciones referidas al rigor de los procesos van acompañadas de los criterios mencionados por Marina Apgar: la capacidad de responder, la utilidad con relación al uso final de los resultados, la credibilidad, el razonamiento crítico, la transferibilidad. Criterios estos que son muy pertinentes, por cierto, para una mirada más profunda de los procesos que se transitan.
También desde el punto de vista de la investigación social se ha venido dando una revisión que pone en tensión cuestiones que remiten a la pregunta acerca de la validez de los procesos. Para separarse de los criterios convencionales, muchos autores y autoras han convenido en hablar de “calidad” de la investigación y han establecido otros principios que van más allá de la consideración de los resultados para poner el foco en cada uno de los momentos y decisiones que atraviesa el proceso.
Una mención especial merece el criterio de “reflexividad”, en tanto permite revisar las prácticas y los posicionamientos desde los cuales conducimos un proceso, ya sea de investigación o de evaluación. La reflexividad asume que no poseemos la otrora preciada “neutralidad valorativa” sino que somos parte de los contextos en los que nos involucramos para conocer y, por tal motivo, tenemos un determinado posicionamiento que necesita ser explicitado y reflexionado permanentemente. En algún punto también se toca con lo ético, en tanto se trata de mantener una mirada crítica sobre aquellos aspectos que pueden llevar a imponer/ocultar/modificar lo que expresan las y los actores en función de los propios valores, sin poder dar sentido (y honestidad) a lo que va surgiendo.
De este modo, tanto los criterios de rigor en evaluación participativa como los criterios de calidad en investigación social, van más allá de la forma convencional de dar validez a los resultados para analizar otros aspectos que dan sustento, coherencia y sentido a los procesos completos. Algunos de ellos son: multiplicidad de métodos, validación por parte de los participantes, intersubjetividad y, por supuesto, reflexividad.
La participación
La necesidad de buscar otros criterios para examinar la validez de los procesos está relacionada también con la consideración de los múltiples y diversos actores involucrados. Particularmente en investigación social, era habitual que el equipo de investigación concentrara las decisiones y fuera el responsable de orientar todo el proceso, en tanto que el lugar que se otorgaba tradicionalmente a otros actores era el de “informante” o receptor de los resultados. Cada vez más, y sobre todo en las perspectivas de investigación-acción participativa, se pone en relieve la construcción colectiva de conocimiento, el reconocimiento de saberes diversos, muchos surgidos de la propia experiencia, la flexibilidad de los procesos surgida de los intercambios que se producen, entre otras varias características que atienden a la evaluación o a la investigación desde la construcción de sentido a lo largo de su desarrollo.
En lo personal, creo que hay preguntas que permiten profundizar la reflexión en torno a la modalidad y profundidad del involucramiento de los actores diversos:
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- ¿Hasta qué punto las voces de los distintos actores son efectivamente incorporadas?
- ¿Cómo es el vínculo en términos de poder de los distintos actores?
- ¿Los actores del territorio sólo proporcionan “datos” o pueden efectivamente discutir lo que el equipo de evaluación/investigación está planteando (aquí juega el razonamiento crítico)?
- ¿Qué pasa cuando evaluadores/investigadores y actores en el territorio no “miran” el proceso con los mismos criterios o, más aún, tienen perspectivas antagónicas?
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En investigación cualitativa, sobre todo cuando se desarrolla desde una perspectiva participativa, nos falta mucho camino por recorrer en el reconocimiento de las personas involucradas en los procesos de generación de conocimiento, y en la reflexión de las consideraciones éticas que supone.
A modo de síntesis podemos decir que “seguimos caminando” tanto los procesos de evaluación participativa como los de investigación social. En ese camino encontramos que los enfoques más críticos de estos dos campos se han ido aproximando, a la vez que han ido incluyendo una creciente complejidad al plantearse reflexiones y preguntas en torno a los temas éticos, la forma en que se involucran los diversos actores que participan, la modalidad y finalidad que se da a la generación de conocimiento, entre otros aspectos que tienen en el centro la búsqueda de sentido de los procesos que desarrollan.
Luisa, muchas gracias por compartir tus reflexiones sobre la relación entre la evaluación participativa y la investigación social. Como dices, se relacionan en cuanto a la epistemología participativa, basada en la intersubjetividad que abre camino para pensar en la calidad del proceso ‘facilitado’ que genera conocimiento y acciones. ¡El marco de la Investigación y Acción Participativa que tiene raíces latinoamericanas precisamente permite explorar estas relaciones de manera muy profunda!