Evaluación Participativa en Educación. Un nuevo paso hacia una educación centrada en el estudiante

por Tulio Barrios Bulling y Ricardo Cristi López

“Lo que no se evalúa no mejora”. Esta es una idea muy generalizada en el mundo de la evaluación educativa y, muy especialmente, en lo que a evaluación de los aprendizajes se refiere. No obstante, esta sentencia no resuelve los problemas de qué se evalúa, cómo se evalúa y quiénes evalúan.

La evaluación tradicional, de funcionalidad sumativa y de normotipo psicométrica, si bien efectiva en términos de medición, no ha logrado dar una respuesta comprensiva ni personalizada a todas las interrogantes y a cada uno de los factores implicados en los procesos de enseñanza aprendizaje. Es así como van surgiendo nuevas tendencias evaluativas que buscan llenar esos vacíos y dotar a la evaluación del aprendizaje de un carácter formativo y comprensivo. Dentro de ellas, van apareciendo la evaluación para el aprendizaje, la evaluación auténtica y, más recientemente, el marco para la transformación evaluativa.

Estos tres nuevos enfoques comparten la noción de que la evaluación no debe limitarse a proporcionar una calificación. Más bien consiste en un proceso de monitoreo del aprendizaje del estudiante para ofrecerle retroalimentación continua y sugerir ajustes a las tareas del profesor, enmarcada en la lógica de la mejora continua. A través de tales intervenciones se busca mejorar significativamente el aprendizaje de los estudiantes. Sus actividades de evaluación son de carácter formativo, a menudo simples, rápidas, de bajo riesgo y realizadas en clases. De esta forma, el profesor accede de inmediato a los resultados para poder realizar ajustes en tiempo real. Asimismo, la retroalimentación sirve también como evaluación formativa.

La evaluación formativa, a diferencia de la sumativa, ya no solo busca medir y cuantificar los niveles de aprendizaje de los estudiantes sino también, entregar al profesor información relevante para mejorar su propia práctica educativa. Bajo esta lógica, el nivel de participación de los estudiantes en los procesos evaluativos es fundamental para otorgarle a los resultados mayor significancia y representatividad.

Ahora bien, ¿cómo se concretiza la participación de los alumnos? Muchos estudios vienen demostrando insistentemente  que muchas veces su rol se ciñe a una sola tarea específica, la de responder un instrumento evaluativo, lo que minimiza el grado de participación de los alumnos en el proceso. Es nuestra opinión que el involucramiento de los alumnos debiera darse en las tres etapas del proceso evaluativo: el diseño, la implementación y la calificación.

Para Quesada, García-Jiménez y Gómez-Ruiz (2017), quienes están trabajando bajo el enfoque de la transformacion evaluativa, en la primera etapa se deben consensuar el enfoque de evaluación y los diversos aspectos de la planificación. Estos deben incluir los criterios de evaluación, las tareas que deben completarse, los agentes responsables de su ejecución, los instrumentos a completar y la ponderación de cada ítem. La segunda etapa, de implementación, debe considerar quién evalúa y quién es evaluado para determinar la modalidad de la evaluación, de forma que el instrumento responda de mejora manera a lo que se quiere evaluar y a las características del evaluando. La última etapa, llamada de calificación, incluye la información proporcionada por los responsables de la evaluación (retroalimentación), la cual debe verse reflejada en las notas finales obtenidas en la asignatura, la cual a su vez debe traducirse en la toma de decisiones que ayude y se orienten a mejorar los procesos pedagógicos y fortalecer con ello los futuros resultados de aprendizajes.

Más allá de la forma que tome la participación de los estudiantes en el proceso de evaluación de sus aprendizajes, el considerarlos e incluirlos puede ofrecer varias ventajas. Primeramente, la participación de los estudiantes en el proceso evaluativo conduce a evidencia más confiable de aprendizaje, ya que es menos probable que la información y las habilidades se evalúen de manera tradicional o en un mismo formato. El hecho de que los estudiantes se autoevalúen o que sean evaluados por sus pares, implica para el profesor un ahorro significativo de tiempo debido a que no tiene que pasar horas evaluando los trabajos de sus alumnos. Este mayor tiempo disponible lo puede invertir en entregar una retroalimentación más profunda y significativa a cada alumno a su cargo.

Otra importante ventaja de la evaluación participativa es que fortalece la metacognición de los estudiantes. Se vuelven más conscientes de sus procesos cognitivos, ganando en comprensión de estos y en autonomía. Esto implica identificar y valorar las exigencias de una tarea o actividad, evaluar sus conocimientos al respecto, planificar el abordaje del trabajo, dar seguimiento al proceso y realizar los ajustes que vaya estimando necesarios.

Una tercera ventaja de la evaluación participativa es que facilita el compromiso de los estudiantes con su proceso de aprendizaje, impactando además de manera su positiva su motivación. El compromiso y la motivación fortalecen el deseo del alumno de terminar de buena forma con las tareas o actividades asignadas. Los hace sentirse más dueños de sus procesos de aprendizaje y evaluación.

Finalmente, las habilidades y cualidades que un alumno desarrolla a través de este proceso participativo (pensamiento crítico, trabajo colaborativo, autonomía, resiliencia, comunicación, tolerancia, respeto, empatía, entre otras) lo van a acompañar durante toda su vida y van a ser transferibles a otros ámbitos de su desarrollo personal y laboral.

Si se conocen todas las ventajas de una evaluación participativa, ¿por qué se utiliza tan escasamente? Probablemente existe en muchos docentes aún el temor a perder el control del proceso de enseñanza aprendizaje y su respectiva evaluación. Algunos pueden temer a perder protagonismo, otros fueron formados bajo un enfoque de ejercicio docente centrado en el profesor. Habrá quienes no se sientan preparados para manejar los cambios metodológicos y conceptuales que el enfoque de la evaluación participativa conlleva.

Existen experiencias que han entregado evidencia que llevar a los alumnos a participar puede resultar desgastante tanto física como emocionalmente para los profesores, pero por otra parte, existen experiencias positivas de la aplicación de la evaluación participativa, como en algunas Ikastolas (especialmente escuelas concertadas) del País Vasco o en Centros educativos de Cataluña, en donde a través de diversas estrategias han logrado promover la participación activa de los estudiantes en la evaluación del proceso de enseñanza-aprendizaje. Esto implica que los estudiantes puedan evaluar su propio progreso, participar en la evaluación de sus compañeros y colaborar en la toma de decisiones sobre estrategias de mejora.

Lograr que los alumnos participen abierta y decididamente en los procesos evaluativos puede implicar un cambio importante en la cultura de la escuela, evolución que no todos están dispuestos a asumir y que genera cierta resistencia en los docentes, por lo que es un cambio no fácil de generar, pero que liderado y con el convencimiento de un buen equipo de gestión, genera un avance significativo para el logro de mejores aprendizajes.

Tampoco podemos desconocer que ciertas fuentes de resistencia a la evaluación participativa pueden provenir de los mismos alumnos. El tener que asumir nuevos patrones de participación remece su zona de confort de espectadores pasivos. Muchos alumnos pueden ver el desarrollo de su autonomía como un desafío para el cual no están listos o preparados. Son estas tensiones las que debemos asumir si queremos lograr que la evaluación participativa en educación sea el siguiente paso.


Referencia

Quesada, V., García-Jiménez, E., & Gómez-Ruiz, M.Á. (2017). Student Participation in Assessment Processes: A Way Forward. Pennsylvania: IGI Global

 

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